Un artículo hecho por Carlos Vargas Solano, que salió en el periódico "El Diário Extra", el 26 de marzo de 2008.

Faustino Quintero

Los grandes árboles que a lo lejos embellecen el distrito de Horquetas de Sarapiquí se convirtieron en un tiempo en los barrotes naturales para un grupo de presos que terminaban de cumplir su condena. La historia, que pocos conocen, es para muchos reos un recuerdo imborrable que marcó el desenlace de la pesadilla que significó estar privados de libertad.

La colonia de presos El Plástico, como le bautizaron los mismos presidiarios, abrió sus puertas en 1964 y era un sitio donde enviaban a los presos que tenían un mejor comportamiento al terminar sus condenas. Así fue como muchos reos que estuvieron en la Isla de San Lucas o en la Penitenciaria Central (La Peni) fueron a parar a las montañas de Horquetas.

La historia viva de El Plástico es Faustino Quintero Zapata, un ex presidiario, quien pasó varios años de su vida pagando condena en ese lugar. A sus 68 años, Quintero recuerda con tristeza el tiempo en que fue un prisionero. El 5 de enero de 1960 ingresó a San Lucas, luego de que lo condenaran por un crimen, hecho que ocurrió en Hatillo de Osa, cuando él tenía tan solo 16 años.

Sus primeros años en prisión fueron un calvario, mas su filosofía fue seguir una buena conducta y no hacer problemas. Esto le valió a Quintero para que en 1964 lo eligieran en un grupo de presos de buen comportamiento que enviarían a Horquetas. "Yo llegué a El Plástico cuando se abrió la colonia, en principio éramos unos 30 presos, ahí mandaban gente para que terminara su condena. Antes de eviarnos ahí nos hacían exámenes psicológicos y analizaban tu comportamiento", relató.

Duro Trabajo

Según contó el ex presidiario, quien actualmente vive en Horquetas, la idea del gobierno era crear en ese bosque una finca ganadera que fuera trabajada por los privados de libertad. En ese entonces la única forma de llegar al lugar era ingresando por el sector de La Virgen de Sarapiquí y de ahí adentrarse por la montaña, dijo. Así fueron entregando sus horas bajo la mirada de varios cuidadores, quienes se encargaban de que los presos hicieran bien su labor.

No obstante, pasaron los años y el proyecto no fructificó. "Nosotros logramos hacer el potrero, pero el lugar es muy fangoso y no sirvió para ganadería y las bestias no podían estar ahí, más de un animal se murió, por eso el gobierno cerró la colonia penal, lo que estuvo fue como cuatro años", espresó.

Quintero asegura que los presos eran entregados a su labor porque les habían prometido que por cada día de trabajo les descontaban dos de pena.

Pero en El Plástico no todo era arduo trabajo, Quintero recuerda que era un lugar donde andaban casi libres. "Nos íbamos a cazar monos, saínos, dantas, hacíamos fogatadas y pasábamos comiendo carne. Luego nos dijeron que si matábamos más animales nos iban a mandar de vuelta a San Lucas."

La Casona del Plástico

En la construcción del potrero y con los árboles que los presos iban talando se fueron levantando pequeñas casas donde los presos pasaban las noches. Sin embargo había un lugar donde la mayoría del grupo coincidía, ya sea para protegerse de la lluvia que caía incesantemente en el lugar o simplemente para socializar. Ese sitio era la casona forrada de plástico.

"Entre todos hicimos un ranchón (una casona) con palos y cubierta de plástico donde nos cubríamos del agua, de ahí fue donde nació el nombre de El Plástico", aseguró Quintero.

En ese lugar compartían los domingos, era como el centro de reunión de la colonia. Quintero recuerda que en una ocasión, mientras todos compartían en la casona, dos de los compañeros presidiarios salieron a caminar y con machete en mano se adentraron por la arboleda.

"Se fueron abriendo camino e hicieron un trillo hasta llegar a una finca y salieron al pueblo de Horquetas, ahí estuvieron tres días tomando guaro y luego regresaron al penal. El administrador del lugar se dio cuenta y les dijo que si volvían a salir los iba a buscar y los mandaba a La Peni a que empezaran de cero la condena".

Entre los recuerdos jocosos, Quintero cuenta el día que en la casona hicieron una huelga porque no les llevaban mujeres. Atendiendo esta necesidad, el administrador mandó a traer un grupo de "prostitutas." "Fue un vacilón, eran como siete u ocho para todo el grupo, las trajeron en caballos, una se cayó y se quebró una pierna, estuvieron una semana en el lugar, eso fue un fiestón.".

Pero como dicen, "la jaula aunque sea de oro no deja de ser prisión" y por eso aunque El Plástico era un lugar donde se respiraba cierto aire de libertad nada fue mejor que el día en que abandonó definitivamente la prisión para quedarse a vivir en Horquetas, donde hoy Quintero mira a la montaña y recuerda un oscuro pasado.